jueves, 14 de junio de 2012

The Death of Nancy Boy (I)

Se miraron.

Hacía mucho tiempo que sus miradas no coincidían. Pero, tal vez por azar o tal vez porque había llegado su momento; allí estaban, mirándose fijamente.
Sus ojos mantuvieron una breve pero intensa conversación. Él la miraba con mucho temor, casi pidiendo clemencia. La mirada de Ella, en cambio, desbordaba una mezcla de odio y superioridad; clavándose en las enormes pupilas de Él, como alfileres envenenados.

Él, sabedor de que estaba a punto de morir, se armó con el poco valor que le quedaba y se acercó a la que era su amada.
Cuando apenas les separaban unos centímetros, Él se inclinó sobre el oído de Ella con la intención de susurrarle algo; pero antes de que pudiera articular palabra, Ella esbozó una media sonrisa irónica. Y fue esa sonrisa, junto con el afilado filo de un puñal clavado en su estómago, lo que le mató.
Cayó al suelo, nublándosele la vista, mientras Ella se alejaba triunfante.

Se incorporó al cabo de unos minutos, aún dolorido, y se extrajo el puñal. Ya notaba cómo la muerte iba avanzando por cada una de sus células, una sensación que no era la primera vez que experimentaba.
- Voy a morir - pensó vagamente. - Otra vez.
Su primer impulso fue el de buscar con la mirada a la que había sido su asesina. En realidad no la guardaba rencor por lo sucedido. Al contrario. Su asesinato solo hacía que la amara más y más...
Pero no la encontró. Sus labios rojos carmesí y sus ojos negros como el carbón se habían marchado, dispuestos a localizar nuevas víctimas. Para Ella, Él solo era un cuerpo sin vida. Uno más.
Él derramó un par de lágrimas, que se diluyeron en el charco de sangre que se había formado en el suelo.
Lloró, porque estaba muerto.
Lloró, porque el vacío que sentía era mucho mayor que la herida de su estómago.
Lloró, porque Ella era su muerte. Y Él la amaba.

Anduvo por las solitarias y frías calles de Madrid durante horas, con los ojos clavados en el suelo y la mente en blanco. Los pocos transeúntes con los que se cruzó le miraron con más pena que otra cosa.
Su piel fue empalideciendo. La sangre dejó de emanar de su cuerpo, aunque la hemorragia siguió abierta. Y seguiría abierta mucho tiempo.
Pero Él no sentía absolutamente nada. Era un alma errante. Sin dirección. A la deriva...

Tras varias horas de soledad, decidió volver a casa. Su cuerpo era ya un cadáver, aunque no tenía peor aspecto del que presentaba habitualmente.
- Mamá, papá, me han matado. - dijo.
Sus padres solo le dedicaron una mirada de indiferencia. Ya estaban acostumbrados a que su hijo apareciera muerto. Él suspiró, y encaminó las escaleras rumbo a su habitación.

Una vez allí, decidió ponerse a escribir.

Y 'The Death of Nancy Boy' le pareció un buen título.